Un gran regalo de Dios

Homilía del Arzobispo de Concepción, Mons. Fernando Chomali, el 30 de abril del 2022 con motivo de la Ordenación Episcopal de Mons. Bernardo Álvarez y Mons. Óscar García.                                   

La Ordenación Episcopal de Monseñor Oscar García y de Monseñor Bernardo Álvarez es un gran regalo de Dios, no solamente para la Iglesia de Concepción, sino que es un regalo de Dios para la ciudad, para el país y para el mundo.

Lo que ellos están llamados a hacer es extender con mayor presencia el Ministerio Episcopal  en esta gran Arquidiócesis, para servir, para anunciar el Evangelio, para santificar, para confirmar en la fe, para acompañar y para gobernar sirviendo al Pueblo de Dios.

Son múltiples las tareas de un obispo, en muchos ámbitos: en el ámbito pastoral, en el ámbito educacional y también en el ámbito pre político y pre ético, hablando sobre los grandes valores que animan al ser humano inspirados por la razón y por la fe.

El mejor servicio que pueden prestar es -en primer lugar- estar enraizados en Dios Uno y Trino, trabajar por la verdad, trabajar por la comunión de la Iglesia Universal y trabajar por una sincera colaboración conmigo, con los sacerdotes y los agentes pastorales. Y esto, Monseñor Bernardo y Monseñor Oscar lo hacen como sucesores de los apóstoles, porque eso son: sucesores de los apóstoles llamados por amor de Dios, para hablarle de Él a los hombres a través de la oración, y hablarle a todo el género humano de Dios, siempre animados por el Espíritu Santo.

Monseñor Oscar y Monseñor Bernardo son muy distintos. Uno viene de Uruguay, con una vocación religiosa contemplativa y de servicio a los más humildes. Mientras que el otro estudió en un Colegio del Arzobispado, tuvo una experiencia universitaria y luego ingresó al Seminario. Ambos de lugares tan distintos, de familias tan diferentes, pero unidos por el Evangelio de Jesucristo. Ese vínculo es mucho más grande que la carne y que los genes, porque Él es el que estructura todo y une todo de manera indisoluble.

Ellos se han encontrado aquí para servir a la Iglesia y cada uno lo hará con su carisma. Tengo mucha esperanza en ambos. Monseñor Oscar tendrá un gran trabajo que realizar en Arauco, donde se necesita diálogo, comunión, magnanimidad, paciencia y tantos de los dones que él tiene. Sin lugar a duda hará un gran trabajo para que pueda promoverse la auténtica fraternidad en la verdad y en la justicia.

Mientras que Monseñor Bernardo me acompañará como Vicario General de la Arquidiócesis, para poder gobernar de la mejor forma posible, teniendo claro que gobernar es servir, para que conozcamos a Jesucristo. No tenemos otra misión más que conocer al Señor, en un camino que hacemos junto al Santo Padre y en fidelidad a su Magisterio, teniendo presentes las conclusiones del sínodo que hace algunos años realizamos con tanto esfuerzo para saber por dónde nos invita el Señor a caminar como Iglesia.

Por eso, en primer lugar les pido que nos ayudemos mutuamente a tener mayor profundidad espiritual. El Papa nos ha dicho con insistencia que uno de los dramas que vive la Iglesia es la superficialidad, la mundanidad espiritual. La profundidad espiritual no es otra cosa que conocer a Jesucristo, creer en Él, seguir al Señor, amarlo y reconocerse como un pobre pecador,  pero seguro de que la gracia de Dios es mucho más fuerte que el propio pecado.

En segundo lugar, los llamo a fomentar la fraternidad. Estamos tan heridos como sociedad, tan fracturados. Si promovemos la fraternidad con insistencia, sin lugar a duda eso va a irradiar en la sociedad. Promover la fraternidad en las familias, en nuestro propio corazón, en las comunidades, en los colegios, en la universidad. La fraternidad irradia y transforma, porque la fraternidad es amor y sólo el amor que viene de Dios y que nosotros manifestamos según el mandamiento del amor es capaz de transformarlo todo.

En tercer lugar, un gran impulso solidario. La Iglesia Católica debe sentirse sanamente orgullosa del gran esfuerzo que ha hecho por darle dignidad al que no tiene techo, al migrante tan maltratado por la sociedad, dar dignidad al discapacitado. Eso es lo nuestro.

Les pido que con este impulso de la Ordenación, nos ayuden a vivir con mayor profundidad espiritual, ser fraternos y solidarios. Ayúdennos a tener vida en abundancia, a ser discípulos y misioneros, no funcionarios. Los sacerdotes y los obispos no somos proveedores de servicios religiosos, sino que tenemos un carisma entregado por Dios para acompañar y para servir haciendo vida los sacramentos. Ayúdennos a ser dialogantes, a no juzgar, a que vivamos con mayor coherencia entre lo que pensamos, lo que decimos y lo que hacemos. Sabemos que no nos resulta fácil, pero siempre podemos avanzar cuando lo hacemos en comunidad. Ayúdennos a no ser indiferentes, como nos dijo el Santo Padre, que ha alertado continuamente sobre la  globalización de la indiferencia, que tanto daño nos ha hecho como sociedad. Ayúdennos también a vivir la alegría del Evangelio.

Aprendamos a ser levadura, a ser luz en medio de la oscuridad y fuente de vida en medio de tanta muerte que vemos y vivimos todos los días. También ayúdennos en estos tiempos tan complejos que vivimos en nuestro país, a que reluzca la dignidad de la persona humana que ha sido tan cuestionada, la dignidad que tenemos desde el momento de la fecundación hasta la muerte natural, la dignidad que tenemos bajo todas las condiciones y siempre.

Pido al Señor que los ayude con su gracia y que tanto Monseñor Oscar como Monseñor Bernardo se sientan apoyados por la hermosa comunidad que estuvo con ellos el día de la Ordenación Episcopal. Dios quiera que junto al Pueblo de Dios y al excelente presbiterio que tenemos en la Arquidiócesis y la Provincia Eclesiástica podamos mostrar la belleza del Evangelio, ese Evangelio que nos transforma, que da sentido a nuestra  vida, ese Evangelio que es Camino, Verdad y Vida y que se llama Jesucristo Nuestro Señor.